miércoles, 30 de abril de 2008

LA PARÁBOLA DE VERDAD Y PARÁBOLA.

La Parábola de Verdad y Parábola.

Hace mucho tiempo andaba Verdad por las calles, en los pueblos, tratando de hablar con la gente, pero la gente no la quería; la despreciaban solamente por las ropas que llevaba. Verdad andaba vestida sencilla, sin lujos, sin pretensiones. ¡Es tan simple y pura!

Verdad intentaba acercarse a la gente, entrar en sus hogares, pero siempre era despreciada y humillada, pues nadie soportaba su presencia tan sencilla.

Un dia andaba Verdad caminando, llorando y muy triste por todo eso cuando, de repente, se encuentra a alguien que venía muy alegre, divertida, vestida con colores muy llamativos y elegantes y que toda la gente le saludaba. Era Parábola.
Cuando Parábola ve a Verdad se dirige a ella y le pregunta:
¿ Verdad, por qué lloras?

Verdad le responde:
La gente me desprecia y me humilla. Nadie me quiere ni me aceptan en sus casas.

Parábola le responde:
Te entiendo, Verdad. Lo que debes hacer es vestirte como yo, con colores y bien elegante; presentarte a la gente con otra apariencia. ¡Ya verás el cambio!
Parábola le prestó uno de sus vestidos a Verdad y desde ese día, como un milagro, de repente, Verdad fue aceptada y querida por todos.


Moraleja:
Nadie acepta la Verdad como es. Todos la prefieren disfrazada con ropas de Parábola.
( Autor desconocido ).
ENVIÓ : PATRICIO GALLARDO V.

martes, 29 de abril de 2008

LECTIO DIVINA - DOMINGO ASCENSIÓN DEL SEÑOR ( A ).

Domingo de la Ascensión del Señor (A)
Id por todo el mundo... Misión universal
Mateo 28,16-20.

1. Oración inicial
Señor Jesús, envía tu Espíritu, para que Él nos ayude a leer
la Biblia en el mismo modo con el cual Tú la has leído a los discípulos en el camino de Emaús. Con la luz de la Palabra, escrita en la Biblia,
Tú les ayudaste a descubrir la presencia de Dios en los acontecimientos dolorosos de tu condena y muerte. Así, la cruz, que parecía ser el final de toda esperanza, apareció para ellos como fuente de vida y resurrección.
Crea en nosotros el silencio para escuchar tu voz en la Creación y en la Escritura, en los acontecimientos y en las personas, sobre todo en los pobres y en los que sufren. Tu palabra nos oriente a fin de que también nosotros, como los discípulos de Emaús, podamos experimentar la fuerza de tu resurrección y testimoniar a los otros que Tú estás vivo en medio de nosotros como fuente de fraternidad, de justicia y de paz. Te lo pedimos a Tí, Jesús, Hijo de María, que nos has revelado al Padre y enviado tu Espíritu. Amén.

2. Lectura
a) Una clave de lectura:
El texto nos ofrece las últimas palabras de Jesús en el Evangelio de Mateo. Es como si fuese un testamento, su última voluntad para la comunidad, aquello que más le preocupaba. A lo largo de la lectura, intentamos prestar atención a lo siguiente:
"¿Sobre qué aspectos insiste más Jesús en sus últimas palabras?"

b) División del texto:
Mt 28,16: Indicación geo-gráfica: vuelta a Galilea
Mt 28,17: Aparición de Jesús y reacción de los discípulos
Mt 28,18-20a: Las últimas órdenes de Jesús
Mt 28,20b: La gran promesa, fuente de toda esperanza.

c) El texto:
16: Por su parte, los once discípulos marcharon a Galilea, al monte que Jesús les había indicado. 17: Y al verlo le adoraron; algunos sin embargo dudaron. 18-20a: Jesús se acercó a ellos y les habló así: «Me ha sido dado todo poder en el cielo y en la tierra. Id, pues, y haced discípulos a todas las gentes bautizándolas en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo, y enseñándoles a guardar todo lo que yo os he mandado. 20b: Y he aquí que yo estoy con vosotros todos los días hasta el fin del mundo.»

3. Un momento de silencio orante
para que la Palabra de Dios pueda entrar en nosotros e iluminar nuestra vida.

4. Algunas preguntas
para ayudarnos en la reflexión personal
.
a) ¿Cuál es el punto que más te ha llamado la atención y que más te ha tocado el corazón?

b) ¿Cuáles son las informaciones cronológicas y geográficas que ofrece el texto?

c) ¿Cuál es la actitud de los discípulos?
¿Cuál es el contenido de las palabras de Jesús a los discípulos?

d) ¿En qué consiste "todo poder en el cielo y en la tierra " que ha sido dado a Jesús?

e) ¿Qué significa "hacerse discípula-discípulo" de Jesús?

f) En este contexto
¿cuál es el significado del bautismo "en el nombre del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo?"

g) ¿Qué evocación del AT se transparenta en la promesa "Yo estoy con vosotros todos los días hasta el fin del mundo?"

5. Una clave de lectura
para aquéllos que quieran profundizar más en el tema.
a) El contexto del Evangelio de Mateo
* El Evangelio de Mateo, escrito hacia el año 85, se dirige a una comunidad de judíos convertidos que vivían en Siria-Palestina. Estaban pasando una profunda crisis de identidad en relación a su pasado. Después de haber aceptado a Jesús como el Mesías esperado, continuaban acudiendo a la sinagoga y observando la ley y las antiguas tradiciones. Mantenían además una cierta afinidad con los fariseos y, tras la revuelta de los judíos de Palestina contra Roma (65 al 72), ellos y los fariseos eran los dos únicos grupos judíos que habían sobrevivido a la represión romana.

* A partir de los años 80, estos hermanos judíos, fariseos y cristianos, únicos supervivientes, comenzaron a luchar entre ellos por la posesión de las promesas del AT. Todos pretendían ser los herederos. Poco a poco, creció la tensión entre ellos y comenzaron a excomulgarse mutuamente. Los cristianos no podían ya acudir a la sinagoga y quedaron desconectados de su propio pasado. Cada grupo comenzó a organizarse a su propio modo: los fariseos en la sinagoga; los cristianos en la Iglesia. Ello agravò el problema de la identidad de las comunidades de judíos cristianos, ya que suscitaba problemas muy serios que requerían una respuesta urgente: "La herencia de las promesas del AT... ¿de quién es: de la sinagoga o de la Iglesia? ¿Con quién está Dios? ¿Cuál es verdaderamente el pueblo de Dios?"

* Entonces Mateo escribe su Evangelio para ayudar a estas comunidades a superar la crisis y a encontrar una respuesta a sus problemas. Su Evangelio es fundamentalmente un Evangelio de revelación que pretende mostrar que Jesús es el verdadero Mesías, el nuevo Moisés, en el que culmina toda la historia del Antiguo Testamento con sus promesas. Es también el Evangelio de la consolación para todos aquéllos que se sentían excluidos y perseguidos por sus propios hermanos judíos. Mateo quiere consolarles y ayudarles a superar el trauma de la ruptura. Es el Evangelio de la nueva práctica, ya que indica el camino por el que se llega a una nueva justicia, mayor que la de los fariseos. Es el Evangelio de la apertura, pues indica que la Buena Noticia de Dios que Jesús nos trae no puede permanecer escondida, sino que debe ser puesta sobre el candelero, para que ilumine la vida de todos los pueblos.

b) Comentario del texto de Mateo 28,16-20
* Mateo 28,16: Volviendo a Galilea: Todo comenzó en Galilea (Mt 4,12). Fue allí donde los discípulos oyeron la primera llamada (Mt 4,15) y allí Jesús prometió reunirlos de nuevo, después de la resurrección (Mt 26,31). En Lucas, Jesús prohíbe a los suyos que salgan de Jerusalén (Hch 1,4). En Mateo, la orden consiste en salir de Jerusalén y retornar a Galilea (Mt 28,7.10). Cada evangelista tiene su modo particular de presentar la persona de Jesús y su proyecto. Para Lucas, tras la resurrección de Jesús, el anuncio de la Buena Noticia debe comenzar en Jerusalén para poder llegar desde allí a todos los confines de la tierra (Hch 1,8). Para Mateo, el anuncio comienza en la Galilea de los paganos (Mt 4,15) para prefigurar así el paso de los judíos hacia los paganos. Los discípulos debían ir hacia la montaña que Jesús les había mostrado. La montaña evoca el Monte Sinai, donde se había llevado a cabo la primera Alianza y donde Moisés recibió las tablas de la Ley de Dios (Ex 19 a 24; 34,1-35). Evoca la montaña de Dios, donde el profeta Elías se retiró para redescubrir el sentido de su misión (1Re 19,1-18). Evoca también la montaña de la Transfiguración, donde Moisés y Elías, es decir, la Ley y los Profetas, aparecieron junto a Jesús, confirmando así que Él era el Mesías prometido (Mt 17,1-8).

* Mateo 28,17: Algunos dudaban: los primeros cristianos tuvieron mucha dificultad a la hora de creer en la Resurrección. Los evangelistas insisten en contarnos que dudaron mucho y que fueron incrédulos frente a la Resurrección de Jesús (Mc 16,11.13.14; Lc 24,11.21.25.36.41; Jn 20,25). La fe en la Resurrección fue fruto de un proceso lento y difícil, pero acabó por imponerse como la más grande certeza de los cristianos (1Cor 15,3-34).

* Mateo 28,18: Me ha sido dado todo poder en el cielo y en la tierra: La forma pasiva del verbo indica que Jesús recibió su autoridad del Padre. Pero ¿en qué consiste esta autoridad? En el Apocalipsis, el Cordero (Jesús resucitado) recibe de la mano de Dios el libro con los siete sellos (Ap 5,7) y se convierte en el Señor de la historia, el que debe asumir la ejecución del proyecto de Dios, descrito en el libro sellado, y como tal debe ser adorado por todas las criaturas (Ap 5,11-14). Con su autoridad y con su poder vence al Dragón, que es el poder del mal (Ap 12,1-9), y captura a la Bestia y al falso profeta, símbolos del Imperio romano (Ap 19,20). En el Credo de la Misa decimos que Jesús subió al cielo y se sienta a la derecha de Dios Padre, convirtiéndose así en el Juez de vivos y muertos.

* Mateo 28,19-20a: Las últimas palabras de Jesús: tres órdenes a los discípulos: Revestido de la suprema autoridad, Jesús trasmite tres órdenes a los discípulos y a todos nosotros:

(i) Id, pues, y haced discípulos a todas las gentes;
(ii); bautizándolas en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo
(iii) y enseñándoles a guardar todo lo que yo os he mandado.

i) Id, pues, y haced discípulos a todas las gentes: Ser discípulo no significa lo mismo que ser alumno. Un discípulo se relaciona con un maestro. Un alumno se relaciona con un profesor. El discípulo vive junto al maestro 24 horas al día; el alumno recibe lecciones del profesor durante algunas horas, y vuelve a su casa. El discipulado supone comunidad. Ser alumno supone solamente estar en un aula para las clases. En aquel tiempo, el discipulado se solía expresar con la frase Seguir al maestro. En la Regla del Carmelo se dice: Vivir en obsequio de Jesucristo. Para los primeros cristianos, Seguir a Jesús significaba tres cosas relacionadas entre sí: - Imitar el ejemplo del Maestro: Jesús era el modelo que se debía imitar y recrear en la vida del discípulo y de la discípula (Jn 13,13-15). La convivencia diaria permitía una continua revisión. En esta Escuela de Jesús se enseñaba solo una materia: ¡el Reino! Y este Reino se reconocía en la vida y en la práctica de Jesús. - Participar en el destino del Maestro: El que quería seguir a Jesús, debía comprometerse con Él: "estar con Él en las tentaciones" (Lc 22,28), e incluso en la persecución (Jn 15,20; Mt 10,24-25). Debía estar por tanto dispuesto a cargar con la cruz y a morir con Él (Mc 8,34-35; Jn 11,16). - Poseer en sí mismo la vida de Jesús: Después de la Pascua, se añade una tercera dimensión: "Vivo, pero no soy yo quien vivo, sino Cristo que vive en mí" (Gal 2,20). Los primeros cristianos intentaron identificarse profundamente con Jesús. Se trata de la dimensión mística del seguimiento de Jesús, fruto de la acción del Espíritu.

ii) Bautizándolas en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo: La Trinidad es a la vez la fuente, el destino y el camino. Todo el que ha sido bautizado en el nombre del Padre que nos ha sido revelado por Jesús, se compromete a vivir como un hermano en la fraternidad. Y si Dios es Padre, nosotros somos todos hermanos y hermanas entre nosotros. Todo el que ha sido bautizado en el nombre del Hijo que es Jesús, se compromete a imitar Jesús y a seguirlo hasta la cruz para poder resucitar con Él. Y el poder que Jesús recibió del Padre es un poder creador que vence la muerte. Y el que ha sido bautizado en el nombre del Espíritu Santo que nos ha sido dado por Jesús en el día de Pentecostés, se compromete a interiorizar la fraternidad y el seguimiento de Jesús, dejándose llevar por el Espíritu que permanece vivo en la comunidad.

iii) Enseñándoles a guardar todo lo que yo os he mandado: Para nosotros, cristianos, Jesús es la Nueva Ley de Dios, proclamada desde lo alto de la montaña. Jesús ha sido elegido por el Padre como el nuevo Moisés, cuya palabra es Ley para nosotros: "Escuchadlo" (Mt 17,15). El Espíritu mandado por Él nos recordará todo lo que Él nos ha enseñado (Jn 14,26; 16,13). La observancia de la nueva Ley del amor se equilibra con la gratuidad de la presencia de Jesús en medio de nosotros, hasta el final de los tiempos.

* Mateo 28,20b: yo estoy con vosotros todos los días hasta el fin del mundo: Cuando Moisés fue enviado a liberar al pueblo de Egipto, recibió de Dios una certeza, la única certeza que ofrece una total garantía: "Ve, ¡Yo estaré contigo!" (Ex 3,12). Y esta misma certeza les fue dada a los profetas y a otras personas enviadas por Dios para desarrollar una misión importante en el proyecto de Dios (Jer 1,8; Jue 6,16). María recibió la misma certeza cuando el ángel le dijo: "El Señor está contigo" (Lc 1,28). Jesús, en persona, es la expresión viva de esta certeza, porque su nombre es Emmanuel, Dios con nosotros (Mt 1,23). Él estará con sus discípulos, con todos nosotros, hasta el final de los tiempos. Aquí se manifiesta la autoridad de Jesús. Él controla el tiempo y la historia. Él es el primero y el último (Ap 1,17). Antes del primero no existía nada y después del último no vendrá nada. Esta certeza es un apoyo para las personas, alimenta su fe, sostiene la esperanza y genera amor y donación de sí mismos.

c) Iluminando las palabras de Jesús: La misión universal de la comunidad
Abraham fue llamado a ser fuente de bendición, no sólo para sus propios descendientes, sino para todas las familias de la tierra (Gn 12,3). El pueblo de la esclavitud fue llamado, no sólo a restaurar las tribus de Jacob, sino también para ser luz de las naciones (Is 49,6; 42,6). El profeta Amós dijo que Dios no sólo liberó a Israel de Egipto, sino también a los filisteos de Kaftor y a los arameos de Quir (Am 9,7). Dios, por tanto, se ocupa y se preocupa, tanto de los israelitas como de los filisteos y de los arameos (¡que eran los mayores enemigos del pueblo de Israel!). El profeta Elías pensaba que era el único defensor de Dios (Re 19,10.14), pero tuvo que escuchar que además de él... ¡había otros siete mil! (1 Re 18,18). El profeta Jonás quería que Yahvé fuese Dios solo de Israel, pero tuvo que reconocer que Él es el Dios de todos los pueblos, incluso de los habitantes de Nínive, los más acérrimos enemigos de Israel (Jon 4,1-11). En el Nuevo Testamento, el discípulo Juan quería que Jesús fuese sólo del pequeño grupo, de la comunidad, pero el mismo Jesús le corrigió y le dijo: ¡Quien no está contra nosotros, está con nosotros! (Mc 9,38-40).
Al final del primer siglo después de Cristo, las dificultades y las persecuciones probablemente llevaron a las comunidades cristianas a perder algo de su fuerza misionera y a cerrarse en sí mismas, como si fueran las únicas que defendían los valores del Reino. Pero el Evangelio de Mateo, fiel a una larga tradición de apertura hacia todos los pueblos, les hizo saber que las comunidades no pueden cerrarse en sí mismas. No pueden pretender para ellas el monopolio de la acción de Dios en el mundo. Dios no es propiedad de las comunidades, sino que las comunidades son propiedad de Yahvé (Ex 19,5). En medio de la humanidad que lucha y resiste contra la opresión, las comunidades deben ser sal y fermento (Mt 5,13; 13,33). Deben hacer que resuene en el mundo entero, entre todas las naciones, la Buena Noticia que Jesús nos ha traído: ¡Dios está presente en medio de nosotros! Es el mismo Dios que, desde el Éxodo, se empeña en liberar a todos aquellos que gritan hacia Él (Ex 3,7-12). Esta es su misión. Si la sal pierde su sabor... ¿para qué servirá? "¡No sirve ni para la tierra ni para el estercolero!" (Lc 14,35).

6. Salmo 150
Alabanza universal
¡Aleluya! Alabad a Dios en su santuario, alabadlo en su poderoso firmamento, alabadlo por sus grandes hazañas, alabadlo por su inmensa grandeza.
Alabadlo con el toque de cuerno, alabadlo con arpa y con cítara, alabadlo con tambores y danzas, alabadlo con cuerdas y flautas, alabadlo con címbalos sonoros, alabadlo con címbalos y aclamaciones.
¡Todo cuanto respira alabe a Yahvé! ¡Aleluya!

7. Oración final
Señor Jesús, te damos gracia por tu Palabra que nos ha hecho ver mejor la voluntad del Padre. Haz que tu Espíritu ilumine nuestras acciones y nos comunique la fuerza para seguir lo que Tu Palabra nos ha hecho ver. Haz que nosotros como María, tu Madre, podamos no sólo escuchar, sino también poner en práctica la Palabra. Tú que vives y reinas con el Padre en la unidad del Espíritu Santo por todos los siglos de los siglos. Amén.
ENVIÓ : PATRICIO GALLARDO V.

SAN FRANCISCO DE ASÍS

San Francisco de Asís
(Composición a partir de textos de la Primera Vida de S. Francisco de Tomás de Celano)

La oración era para mí un verdadero refresco, una alegría, una verdadera necesidad.
Y es que siempre buscaba encontrarme con Jesús en la oración.
Era también un refugio pues, desconfiando de que por mí mismo poco podía hacer, y fiado completamente de la bondad de Dios, en medio de toda actividad descargaba en Jesús, por medio de la oración, todos mis afanes. Yo les decía a mis frailes que el religioso, bueno,
y todo cristiano, debe desear, por encima de todas las cosas, la gracia de la oración, pues estaba convencido de que sin la oración nadie puede progresar en el servicio a Dios y a los demás. Por eso siempre les exhortaba con todos los medios posibles a que se dedicaran a su ejercicio. Por mi parte, yo no necesitaba grandes cosas para ponerme a orar.
Ya estuviera caminando o sentado, lo mismo en casa que afuera,
trabajando o descansando, siempre encontraba momento para ver a Jesús en todo y en todos, y en mitad de la actividad cotidiana, recordarle, hablarle, pedirle, agradecerle,....
De tal modo estaba entregado a la oración que a ella consagré no sólo mi corazón y mi cuerpo, sino hasta toda mi actividad y mi tiempo.
ENVIÓ : PATRICIO GALLARDO V.

lunes, 28 de abril de 2008

LUGARES PASCUALES - EL MUNDO
“No os dejaré huérfanos, volveré. Dentro de poco el mundo no me verá, pero vosotros me veréis y viviréis, porque yo sigo viviendo.”
Evangelio de san Juan 14, 15-21

Este sí que es un umbral decisivo:
estar dentro y fuera a la vez.
No ser del mundo porque no nos merece, con sus trampas y mentiras,
pero a la vez, estar dentro de él, sabernos parte del corazón de su propiedad, cómplices de su pertenencia. Un umbral difícil de sortear.
Si el mundo nos amara, estaríamos en sus manos, seríamos fruto acabado de su gloria.
Pero si nos apartamos de él estamos confundiendo las fronteras más íntimas del corazón y nos engañamos definitivamente. Si estamos en él, a él pertenecemos, al menos en parte.
Pero el mundo es también la humanidad de Dios, criaturas perdidas o logradas, gente que ha salido de las manos del Creador y que él mantiene en la levedad de la vida, en la gratuidad de lo que se nos dona. El mundo somos todos, porque en él nos acunamos la humanidad y nos dejamos la piel en la lucha de cada día. Por eso se nos hace difícil la tarea.
Sabemos que el Señor ha vencido al mundo, que no debemos temer sus redes y cadenas, que el egoísmo no vencerá al amor, que los miedos no nos arrastrarán a la derrota. Sabemos que, abandonados en sus manos, somos capaces de más y de mejor. De más vida y menos muerte, de más ternura y menos odio y violencia contenida.
La frontera del amor está en el centro de nuestro corazón, en la entraña misma de la vida. No hay repliegue interior que no vibre al aliento del cariño, al estremecimiento de la verdadera compasión. Por eso es más fácil asegurarse entre el odio del mundo y su complacencia. Porque amamos, o pretendemos al menos amar con todo el corazón y con todas las fuerzas.
Sacados del mundo por el amor, dentro de él por el pecado. El príncipe del mundo es mentiroso, pero el Espíritu de la verdad nos acompaña y nos guía. Es el amor fraterno, el de verdad, el que nos libra de otras seducciones y nos regala el testimonio verdadero de la única Vida. Permanecer en él es nuestra única esperanza de victoria.
ENVIÓ : PATRICIO GALLARDO V.

BUENOS PASTORES.

Buenos pastoresHaznos pastores, Señor...
Marcando un camino, tras los pasos del primer pastor, Jesús.
Para mostrar una forma de ser, de vivir, de sentir, de amar…
Que sepamos ir caminando unos delante de otros,
tras los pasos de aquellos que te encontraron.
Que aprendamos a conocer, por su nombre y sus sueños,
por sus heridas y sus alegrías, a aquellos que forman parte de nuestras vidas.
Y al tiempo que sepamos hablar de ti, con palabras, pero sobre todo con hechos.
Que sepamos arriesgar, para llegar allá donde tu Reino sea más real, más completo, más pleno. Que sepamos caminar juntos…
Danos entrañas de misericordia ante toda miseria humana,
inspíranos el gesto y la palabra oportuna
frente al hermano sólo y desamparado
Que tu Iglesia, Señor, sea un recinto de verdad y de amor,
de libertad, de justicia y paz, para que todos
encuentren en ella un motivo para seguir esperando


PASTORES PARA SALIR…
A la búsqueda de aquellos que no tienen quien les cuide. A la búsqueda de quienes están solos, perdidos, incomprendidos… A la búsqueda de quienes anhelan, y no saben qué. De quienes esperan una mano amiga, una palabra de acogida, una respuesta que no termina de llegar. Que sepamos salir al camino, allá donde no llegan los cantos ni las voces, donde no hay calor ni hogar, sentido ni esperanza. Que sepamos salir.

PASTORES PARA DAR LA VIDA
Viviendo un poco por otros. Dando sin esperar una contrapartida. Sirviendo sin querer ser reconocidos. Proclamando el evangelio sin precio ni cautela. Aceptando el fracaso sin rendirnos por ello. Asumiendo el conflicto por ser coherentes. Buscando la verdad sin falsear la fe. Acoger sin poner barreras. Derramarse, como el agua que riega la tierra reseca. Vivir con la mirada atenta a lo que otros pueden sentir, temer, llorar o amar… Ir dejando un poco de uno mismo en cada persona que pasa por tu vida. Y así cansar el corazón, dejar que las manos encallezcan, endurecer los pies en el camino, gastar la vista… será el camino.

LO QUE QUIERO SER
Quiero ser pastor
que vele por los suyos;
árbol frondoso
que dé sombra al cansado;
fuente donde beba el sediento.
Quiero ser canción
que inunde los silencios;
libro que descubra horizontes remotos;
poema que deshiele un corazón frío;
papel donde se pueda escribir una historia.

Quiero ser risa en los espacios tristes,
y semilla que prende
en el terreno yermo.
Ser carta de amor para el solitario,
y grito fuerte para el sordo…

Pastor, árbol o fuente, canción, libro o poema…Papel, risa, grito, carta, semilla…
Lo que tú quieras, lo que tú pidas,
lo que tú sueñes, Señor…
eso quiero ser.
ENVIÓ : PATRICIO GALLARDO V.

domingo, 27 de abril de 2008

P. RANIERO CANTALAMESSA - EL CRISTIANO DEBE SER " OTRO CRISTO " Y " OTRO PARÁCLITO ".

Predicador del Papa: El cristiano debe ser «otro Cristo» y «otro Paráclito»
Comentario del padre Cantalamessa a la liturgia de hoy.
Publicamos el comentario del padre Raniero Cantalamessa, OFM Cap. --predicador de la Casa Pontificia-- a la Liturgia de la Palabra de este domingo, VI de Pascua

* * *
VI Domingo de Pascua

Hechos 8,5-8.14-17 ; 1 Pedro 3,15-18 ; Juan 14, 15-21
Ser paráclitos
En el Evangelio Jesús habla del Espíritu Santo a los discípulos con el término «Paráclito», que significa consolador, o defensor, o las dos cosas a la vez. En el Antiguo Testamento, Dios es el gran consolador de su pueblo. Este «Dios de la consolación» (Rm 15,4) se ha «encarnado» en Jesucristo, quien se define de hecho como el primer consolador o Paráclito (Jn 14,15). El Espíritu Santo, siendo aquel que continúa la obra de Cristo y que lleva a cumplimento las obras comunes de la Trinidad, no podía dejar de definirse, también Él, Consolador, «el Consolador que estará con vosotros para siempre», como le define Jesús. La Iglesia entera, después de la Pascua, tuvo una experiencia viva y fuerte del Espíritu como consolador, defensor, aliado, en las dificultades externas e internas, en las persecuciones, en los procesos, en la vida de cada día. En Hechos de los Apóstoles leemos: «La Iglesia se edificaba y progresaba en el temor del Señor y estaba llena de la consolación (¡paráclesis!) del Espíritu Santo» (9,31).
Debemos ahora sacar de ello una consecuencia práctica para la vida. ¡Tenemos que convertirnos nosotros mismos en paráclitos! Si bien es cierto el cristiano debe ser «otro Cristo», es igualmente cierto que debe ser «otro Paráclito». El Espíritu Santo no sólo nos consuela, sino que nos hace capaces de consolar a los demás. La consolación verdadera viene de Dios, que es el «Padre de toda consolación». Viene sobre quien está en la aflicción; pero no se detiene en él; su objetivo último se alcanza cuando quien ha experimentado la consolación se sirve de ella para consolar a su vez al prójimo, con la misma consolación con la que él ha sido consolado por Dios. No se conforma con repetir estériles palabras de circunstancia que dejan las cosas igual («¡Ánimo, no te desalientes; verás que todo sale bien!»), sino transmitiendo e l auténtico «consuelo que dan las Escrituras», capaz de «mantener viva nuestra esperanza» (Rm 15,4). Así se explican los milagros que una sencilla palabra o un gesto, en clima de oración, son capaces de obrar a la cabecera de un enfermo. ¡Es Dios quien está consolando a esa persona a través de ti!
En cierto sentido, el Espíritu Santo nos necesita para ser Paráclito. Él quiere consolar, defender, exhortar; pero no tiene boca, manos, ojos para «dar cuerpo» a su consuelo. O mejor, tiene nuestras manos, nuestros ojos, nuestra boca. La frase del Apóstol a los cristianos de Tesalónica: «Confortaos mutuamente» (1Ts 5,11), literalmente se debería traducir: «sed paráclitos los unos de los otros». Si la consolación que recibimos del Espíritu no pasa de nosotros a los demás, si queremos retener la egoístamente para nosotros, pronto se corrompe. De ahí el porqué de una bella oración atribuida a San Francisco de Asís, que dice: «Que no busque tanto ser consolado como consolar, ser comprendido como comprender, ser amado como amar...».
A la luz de lo que he dicho, no es difícil descubrir que existen hoy, a nuestro alrededor, paráclitos. Son aquellos que se inclinan sobre los enfermos terminales, sobre los enfermos de Sida, quienes se preocupan de aliviar la soledad de los ancianos, los voluntarios que dedican su tiempo a las visitas en los hospitales. Los que se dedican a los niños víctimas de abuso de todo tipo, dentro y fuera de casa. Terminamos esta reflexión con los primeros versos de la Secuencia de Pentecostés, en la que el Espíritu Santo es invocado como el «consolador perfecto»:
«Ven, Padre de los pobres; ven, Dador de gracias, ven, luz de los corazones. Consolador perfecto, dulce huésped del alma, dulcísimo alivio. Descanso en la fatiga, brisa en el estío, consuelo en el llanto».
[Traducción del original italiano por Marta Lago]
ENVIÓ : PATRICIO GALLARDO V.

HAY REGALOS QUE NO CONVIENE RECIBIR...

Hay Regalos Que No Conviene Recibir.

Era un profesor comprometido y estricto, conocido tambien por sus alumnos como un hombre justo y comprensivo. Al terminar la clase, ese dia de verano, mientras el maestro organizaba unos documentos encima de su escritorio, se le acerco uno de sus alumnos y en forma desafiante le dijo:

"-Profesor, lo que me alegra de haber terminado la clase es que no tendre que escuchar mas sus tonterias y podre descansar de verle esa cara aburridora.

El alumno estaba erguido, con semblante arrogante, en espera de que el maestro reaccionara ofendido y descontrolado. El profesor miro al alumno por un instante y en forma muy tranquila le pregunto:

-Cuando alguien te ofrece algo que no quieres, lo recibes?

El alumno quedo desconcertado por la calidez de la sorpresiva pregunta.

-Por supuesto que no. Contesto de nuevo en tono despectivo el muchacho.

-Bueno, prosiguio el profesor, cuando alguien intenta ofenderme o me dice algo desagradable, me esta ofreciendo algo, en este caso una emocion de rabia y rencor, que puedo decidir no aceptar.

-No entiendo a que se refiere. Dijo el alumno confundido.

-Muy sencillo -replico el profesor -, tu me estas ofreciendo rabia y desprecio y si yo me siento ofendido o me pongo furioso, estare aceptando tu regalo, y yo, en verdad, prefiero obsequiarme mi propia serenidad. Muchacho -concluyo el profesor en tono gentil-, tu rabia pasara, pero no trates de dejarla conmigo, porque no me interesa, yo no puedo controlar lo que tu llevas en tu corazon pero de mi depende lo que yo cargo en el mio."
Cada dia en todo momento, tu puedes escoger que emociones o sentimientos quieres poner en tu corazon y lo que elijas lo tendras hasta que tu decidas cambiarlo.
Es tan grande la libertad que nos da la vida que hasta tenemos la opcion de amargarnos o ser felices.
( Autor desconocido ).
ENVIÓ : PATRICIO GALLARDO V.

viernes, 25 de abril de 2008

SALMO DEL PRIMERO DE MAYO - P. ESTEBAN GUMUCIO SSCC.

Salmo Primero de Mayo
Los dos mil asistentes a la Catedral de Concepción, el Primero de Mayo de 1982, irrumpieron en un estruendoso aplauso cuando Esteban Gumucio terminó de recitar este poema-oración, casi al finalizar la celebración.Lo había escrito esa misma mañana, al levantarse, con el corazón puesto en el Señor y en el trabajador de nuestro pueblo...

Dijo el trabajador en su corazón:
he trabajado el pan con el sudor de mi frente,siguiendo tus mandatos, Señor.
He trabajado la tierra con mis manos de hombre he trabajado el mundo que Tú creaste con todo mi corazón humano con toda mi alma
con todas mis fuerzas.
Con cuanto amor cogí en mis manos el primer martillo;
con cuanta esperanza llevé a mi madre mi primer salario.
Aprendieron mis hábiles dedos la precisa medida del milímetro y mis ojos,
la penetrante mirada que domestica el acero y lo convierte en máquina.
Señor, por tu nombre y por el amor de mis hijos fui carpintero, como tu hijo Jesús ;por tu nombre,recorrí los mares: fogonero, marinero, pescador;
Señor, por tu nombre,recorrí los largos caminos de mi patria,
camionero, caminante vendedor, caminero de pala y azadón;
y te daremos gracias y contaremos a nuestros hijos cómo fue tu auxilio,
cantaremos tu justicia y tu misericordia.
Los trabajadores del mundo entero diremos:
"nos han hecho pasar por peligrosmuchos y graves,estuvimos en hambre y en cárcel,
fuimos humillados, divididos, enmudecidos;pero tú de nuevo nos darás la vida,
nos harás subir de lo hondo de la tierra".Tú acrecentarás nuestra dignidad,
de nuevo nos consolarás; y te daremos gracias, Dios mío,con la alegría de nuestras esposas
y de nuestros hijos.Te aclamarán nuestros labios, Señor,nuestros corazones que Tú has liberado.
Y seremos un solo pueblo bien plantado,que no baja los brazos, caminante de la aurora;un pueblo de un solo corazónque busca cada día la parte de su pan en libertad.
Amén.
ENVIÓ : PATRICIO GALLARDO V.

LA ENSEÑANZA DE JESÚS SOBRE LA CORRECCIÓN FRATERNA, EL PERDÓN Y LA RECONCILIACIÓN, A LA LUZ DEL EVANGELIO SEGÚN SAN MATEO.

LA ENSEÑANZA DE JESÚS SOBRE LA CORRECCIÓN FRATERNA,
EL PERDÓN Y LA RECONCILIACIÓN,
A LA LUZ DEL EVANGELIO SEGÚN SAN MATEO
Horacio Bojorge SJ

En toda Comunidad, familiar, religiosa, parroquial, diocesana o también en la Comunidad de Convivencias, es necesario tener ideas claras acerca de la corrección, el perdón y la reconciliación. Esa sabiduría es necesaria para regir las relaciones familiares (entre esposos, padres e hijos, hermanos, cuñadas y parientes); en las relaciones religiosas (entre superiores y súbditos y de súbditos entre sí), en las relaciones parroquiales (entre sacerdotes y fieles) en las diocesanas (entre obispo, clero y fieles). Y en la Comunidad de Convivencias no lo es menos.
Apoyada en una doctrina evangélica clara puede surgir, cultivarse y desarrollarse una práctica de la corrección inspirada en la enseñanza y en la vida de Jesús. Corregir, perdonar y reconciliarse son parte de la cultura católica de una comunidad. Y una cultura se gesta, se aprende, se trasmite y se perfecciona. Nuestra Comunidad necesita una cultura de la corrección fraterna, del perdón –dado, pedido y recibido- y de la reconciliación. Una cultura que disponga para recibir la gracia y que colabore con la gracia recibida. El justo vive de fe. Y la gracia ayuda a vivir la corrección, el perdón y la reconciliación.
En la enseñanza de Jesús corrección, perdón y reconciliación son algo más que hechos morales. Son hechos religiosos y pertenecen al ejercicio de las virtudes teologales y al ejercicio de la virtud de la religión. Su meta no es la perfección moral del individuo sino la preservación del amor. En la vida y enseñanza de Jesús y sus discípulos, la corrección fraterna está al servicio de la salvaguarda de las relaciones de amistad entre las personas del Nosotros divino-humano en el que consiste la comunión entre el Padre y entre Él y sus hermanos. La fractura de esta amistad y comunión puede venir de la ruptura o debilitamiento de cualquiera de los vínculos por ofensa entre las personas. Jesús expone tres casos de los que se deduce un cuarto:
1) 1) que mi hermano ofenda a Dios [relación filial-paterna]: en ese caso corresponde corregir
2) 2) que mi hermano me ofenda a mí [relación interfraterna]: aquí lo que corresponde es perdonar, pues Dios se hace cargo de mí y de mi causa.
3) 3) que yo ofenda a mi hermano y él esté teniendo algo contra mí: en este caso lo que debo hacer es pedir perdón, reconciliarme, tomando la iniciativa de ir hacia el hermano ofendido, porque Dios se hace cargo de mi hermano y de su causa.
4) 4) que la ofensa al hermano encierra una ofensa a Dios, o que la lesión de cualquier relación dentro del nosotros, las lesiona a todas, de modo que el que hiere un miembro los toca a todos, de manera especial a la cabeza del Nosotros.
En el evangelio según San Mateo Jesús se refiere a estos tres casos y nos enseña qué hacer en cada uno. Nos esforzaremos por comprender las razones últimas de estas sabias enseñanzas y ejemplos.
La corrección fraterna se refiere y se aplica al caso en que mi hermano ofende a Dios. Cuando me ofende a mí, lo que corresponde es el perdón. Cuando mi hermano está ofendido conmigo, corresponde la reconciliación. Y la raíz profunda de esta necesidad se deduce de que sea requisito de la celebración cultual de la comunión Divino-Eclesial.
La práctica más extendida entre cristianos de una débil conciencia filial no es ésta. Se inclinan a corregir al otro cuando les molesta. Y “a no meterse en la vida ajena” cuando ofende a Dios.
Cuanto menos pesa en el ánimo de un creyente su conciencia de hijo, tanto menos pesa el celo por la gloria del Padre. A Jesús, lo consumía el celo por la casa del Padre (Jn 2,16-17), su comida era hacer la voluntad del Padre (Jn 4,34) y por hacerla fue capaz de aceptar la muerte (Mt 26,39).
Cuando mi hermano peca, lo que está de por medio es la gloria del Padre, que es el valor supremo para Jesús, el Hijo, y también lo es para todo el que tenga corazón de Hijo y rece el Padre Nuestro con el deseo encendido de la santificación del Nombre, del advenimiento del Reino y del cumplimiento de Su Voluntad..
En el segundo caso, cuando la ofensa es contra mí, lo que corresponde es el perdón. Perdón sin límites ni condiciones, pues no nos toca a nosotros el juicio. Sabiendo sin embargo que es el Padre el que se cuida de la gloria de sus hijos y el que corregirá a mi hermano. Y a mí, si ofendo a mi hermano (tercer caso). La integridad de los vínculos pertenece a la santidad del Nosotros divino humano y a la circulación de la caridad entre sus miembros.
Veamos los textos

1) Corregir al que peca
«Si tu hermano peca (*) , ve y repréndele, a solas tú con él. Si te escucha, habrás ganado a tu hermano. 16 Si no te escucha, toma todavía contigo uno o dos, para que todo el asunto quede zanjado por la palabra de dos o tres testigos.17 Si les desoye a ellos, díselo a la comunidad. Y si hasta a la comunidad desoye, sea para ti como el gentil y el publicano. 18 «Yo os aseguro: todo lo que atéis en la tierra quedará atado en el cielo, y todo lo que desatéis en la tierra quedará desatado en el cielo. (Mateo 18, 15-17)
Cuando mi hermano peca contra Dios (“hamartánei” a secas), Jesús enseña que hay que corregir y determina cuál ha de ser el proceso de la corrección fraterna. Corrígelo primero aparte, luego ante dos testigos y por fin ante la Comunidad. En este caso, tanto el hijo de Dios defendiendo a solas la gloria del Padre, como cuando lo hace junto con otros dos o tres hermanos, o junto con la comunidad, están investidos de una dignidad de jueces, de la potestad eclesial que ata en el cielo lo que ata en la tierra. Esa potestad le había sido entregada particularmente a Pedro (Mateo 16,19). Ahora Jesús proclama que la tiene toda la comunidad cuando está de por medio la ofensa a Dios y la gloria del Padre y cuando la comunidad de hermanos se aúna para defender la gloria del Padre común.
[(*) Algunos manuscritos griegos, la traducción latina y algunas castellanas escriben: “si tu hermano peca contra ti” como si se tratase del mismo caso del que se trata a continuación, en los versículos 21 y siguientes. Pero por múltiples motivos internos y externos nos parece que hay que elegir la lectura de otros manuscritos griegos y las traducciones según las cuales se trata de un pecado a secas, directamente contra Dios, y no de una ofensa de mi hermano contra mí. Es decir se trata de una ruptura de la relación filial fraterna y no de la relación interfraterna].
El que ofende a Dios es “mi hermano”. Se trata de un cristiano, de un miembro de la Iglesia y de mi comunidad creyente, no de un pagano. Al pagano, como dirá Pablo, no tengo por qué corregirlo:
“Os escribí que no os relacionárais con el que, llamándose hermano, es impuro, avaro, idólatra, ultrajador, borracho o ladrón. Con esos ¡ni comer! Pues ¿por qué voy a juzgar yo a los de afuera? ¿No es a los de dentro a los que vosotros juzgáis? A los de fuera ¡Dios los juzgará! ¡Arrojad de entre vosotros a ese malvado!” (1 Cor 5,11-13)
El hermano, en cambio, con su mal proceder ofende al Padre y ofende a la comunión santa del Padre con el Hijo y con todos los hijos. Ofende al Nosotros divino humano en cuanto tal ultrajando la relación común, el vínculo del parentesco eclesial.

2) Perdonar al que me ofende
“Pedro se acercó entonces y le dijo: «Señor, ¿cuántas veces tengo que perdonar las ofensas que me haga mi hermano? ¿Hasta siete veces?» 22 Dícele Jesús: «No te digo hasta siete veces, sino hasta setenta veces siete.» (Mt 18, 21-22)
Pedro, investido con el poder de las llaves para perdonar las ofensas contra Dios, pregunta ahora acerca de las ofensas contra él mismo: “cuando mi hermano peca contra mí (hamartánei eis emé)”. Y Jesús, le manda perdonar setenta veces siete y confirma con la parábola del siervo malo, que su Padre no perdonará a quien no perdone a su hermano de todo corazón:
Sigue a continuación la parábola del siervo perdonado que no perdonó a su consiervo. Y la parábola termina transfiriendo al Padre celestial la indignación del amo:
“ Y encolerizado su señor, le entregó a los verdugos hasta que pagase todo lo que le debía.35 Esto mismo hará con vosotros mi Padre celestial, si no perdonáis de corazón cada uno a vuestro hermano.» (Mt 18, 34-35) Estas palabras remachan la enseñanza de la necesidad de perdonar siempre: setenta veces siete. Debo perdonar y pedir perdón por el que me ofende. Pero eso no me autoriza a minimizar el hecho mismo de ofender al hermano. Debo de usar indulgencia y perdón hacia el que me ofende pero debo ser riguroso conmigo mismo evitando ofender. Esta es la tercera faceta de la enseñanza de Jesús.
En el mismo pasaje de Pablo donde insta a la comunidad a sacudir su indulgencia ante el incestuosos, invita a los que pleitean a renunciar a su interés. En la comunidad se daba también, como entre nosotros, la indiferencia ante las ofensas a Dios, encubierta tamaña perniciosa indulgencia con la apariencia de un respeto por la vida ajena. Y por otro lado, como entre nosotros no se daban permiso para perdonar las deudas, que viene a ser lo mismo que las ofensas. Los corintios pleiteaban por intereses. Y lo que es peor lo hacían ante tribunales paganos, escandalizando a los gentiles. Aquí, el principio que esgrime Pablo es el del perdón de las deudas: “Ya es un fallo que haya pleitos entre vosotros. ¿Por qué no preferís soportar la injusticia? ¿Por qué no dejaros más bien despojar? ¡Al contrario! ¡Sois vosotros los que obráis la injusticia y despojáis a los demás! ¡Y se lo hacéis a hermanos!” (1 Cor 5,7-6).
En la base de la sabiduría cristiana del perdón está ese principio de renuncia al derecho que remonta su arquetipo al Cristo que se despoja de su gloria y toma condición de siervo (Filipenses 2,7). Ese es el ejemplo que inspira a Pablo para renunciar a su derecho de apóstol a sustentarse con el fruto de su ministerio:
“¿Por ventura no tenemos derecho...? [...] yo de ninguno de esos derechos he usado [...] renunciando al derecho que me confiere el Evangelio" (1 Cor 9, 4.15.18 ver también vv. 6 y 12].
El mismo principio de la renuncia al derecho por el superior interés de la caridad rige la norma paulina de renunciar a las carnes inmoladas a los ídolos (1 Cor 8,7-13) y de no escandalizar a los débiles haciendo uso del derecho de los fuertes:
“Dejemos de juzgarnos los unos a los otros; juzgad, más bien, que no se debe ser motivo de tropiezo o escándalo a los débiles” (Romanos 14,13)

3) Reconciliarme con el que ofendí
20 «Porque os digo que, si vuestra justicia no es mayor que la de los escribas y fariseos, no entraréis en el Reino de los Cielos.
21 «Habéis oído que se dijo a los antepasados: No matarás; y aquel que mate será reo ante el tribunal. 22 Pues yo os digo: Todo aquel que se encolerice contra su hermano, será reo ante el tribunal; pero el que llame a su hermano `imbécil', será reo ante el Sanedrín; y el que le llame `renegado', será reo de la gehenna de fuego. 23 Si, pues, al presentar tu ofrenda en el altar te acuerdas entonces de que tu hermano tiene algo contra ti, 24 deja tu ofrenda allí, delante del altar, y vete primero a reconciliarte con tu hermano; luego vuelves y presentas tu ofrenda.
25 Ponte enseguida a buenas con tu adversario mientras vas con él por el camino; no sea que tu adversario te entregue al juez y el juez al guardia, y te metan en la cárcel. 26 Yo te aseguro: no saldrás de allí hasta que no hayas pagado el último céntimo.
Como se puede ver, el tema de la corrección fraterna, el perdón y la reconciliación pertenecen a la perfección de la justicia cristiana que lleva a su perfección la antigua Ley, superándola. Es la justicia de los hijos, aprendida del Hijo y que desde su conciencia filial han de vivir fraternalmente unidos entre ellos con una conciencia fraterna. En esta nueva dispensación, el valor supremo no es ya la vida, amparada en la Ley por el mandamiento no matarás, sino algo más. Algo, que sin embargo, pertenece a la perfección de la vida, pues sin ella la vida no merece ser vivida, o es como gloria fugaz de prado que se marchita En esta dispensación el valor supremo es la comunión de amistad, la perfección de la caridad que informa la red de vínculos entre los miembros del Nosotros Divino-humano eclesial.
La Ira, de la que nace el insulto, deja quizás intacto el cuerpo del otro, deja intacta su vida física biológica exterior. (Aunque todo enojo propio y ajeno, por el disgusto, es capaz de dañar la salud propia y/o ajena a través del stress y las somatizaciones emocionales). Pero no es ese el daño más grave, con ser a veces el más sensible. La ruptura de la comunión mata la perfección última que es la del otro en cuanto hermano. Corta el vínculo fraterno. Mata al hermano socialmente. El iracundo suele decir: “Se murió para mí”, “estás muerto”. Declara roto el vínculo. Y lo rompe. Se aparta del trato, o lo aparta al otro. Se aleja. Ignora al otro. Deja de mirar o mira de costado, rota la franqueza de la comunicación por la mirada.
Esta herida en la comunión no sólo daña unilateralmente la relación entre los dos hermanos. De hecho, nos dice Jesús, aparta de la comunión plena con el Padre y con Él. Entristece al Espíritu Santo. Por eso inhabilita para la celebración del culto cristiano, que es una celebración de la comunión filial-fraterna, una fiesta del Nosotros Divino-humano que se alegra en la caridad.
Esta palabra de Jesús nos enseña que la ofensa a mi hermano es también una ofensa al Padre.
Y si bien debo perdonar a mi hermano como si no estuviese ofendiendo al Padre al mismo tiempo que a mí, cuando se trata de juzgarme a mí mismo, yo no puedo excusarme de tener en cuenta que cuando he ofendido a mi hermano estoy ofendiéndolo al Padre más que a él.
En este caso, el adversario que me pone pleito mientras voy de camino es, según la explicación de los Padres del Yermo trasmitida por Doroteo de Gaza, la conciencia que me acusa. Ése es el adversario con el que tengo que reconciliarme, más aún que con mi propio hermano. Porque cortar un vínculo con el otro es amputarme a mí mismo de un vínculo. Con eso no sólo disminuyo su vida sino también la mía. Con eso todos nos empobrecemos en la participación del Espíritu Santo.
Por fin hay que observar que en este dicho de Jesús, el Padre aparece como el Go’el, el pariente protector de la vida, vengador de la sangre en el Antiguo Testamento, y en el Nuevo guardián hasta del buen nombre. Este pensamiento es por un lado consolador, porque me persuade de que el Padre vela por mí ante posibles ofensas que me inflijan mis hermanos. Pero por otro lado me disuade de obligarlo a defender a mis hermanos contra mí, a reprimir mi injusticia al escuchar el clamor del ofendido por mí.
Pero el Padre es un Go’el perfecto, cuya perfección ha de reflejarse en sus hijos y consiste en enviar el sol y la lluvia, bienes naturales que simbolizan también los bienes mesiánicos, a todos los hombres sin distingos morales, en un gesto de paternidad universal que invita a todos sin excepciones a entrar en los bienes de la filiación y de la fraternidad.
Por otro lado, la fraternidad entre los miembros de este Nosotros divino-humano se funda y se nutre de la adhesión de todos al Padre. Así lo reconoce Jesús al definir el verdadero parentesco y al referirse a sus discípulos como “mis hermanos, mis hermanitos más pequeños:
“Todo el que cumpla la voluntad de mi Padre celestial, ese es mi hermano, mi hermana y mi madre"” (Mt 12.50).

Casos particulares: hombre mujer, matrimonio
¿Qué consecuencias ha derivado Jesús de estos principios para los conflictos entre hombre y mujer, esposo y esposa, hermano y hermano?
En el mismo Sermón del Monte Jesús enseña que no es lícito al hermano esposo, hijo de Dios, repudiar a la hermana esposa hija de Dios, por motivos ni ofensas personales. Esos motivos podían ser la esterilidad, o el carácter de la mujer, o tachas de su femineidad. Jesús lo deja bien claro al exceptuar el caso en el que ha habido ofensa de Dios de por medio como es el adulterio. El adulterio, nótese bien, lo considera Jesús no como una ofensa a uno mismo, como deshonra o traición, sino como pecado contra el Señor. Quien por una ofensa personal repudia a su mujer se expone y la expone y expone a otros a ofender a Dios. Para que el Padre no sea ofendido, debe el hijo saber perdonar a quien le ofendió. Un hijo de verdad, debe saber renunciar a sus derechos por ese bien mayor que es la gloria del Padre:
“Habéis oído que se dijo: el que repudie a su mujer que le dé acta de divorcio. Pero yo os digo: Todo el que repudia a su mujer, excepto el caso de fornicación, la expone a cometer adulterio; y el que se casa con una repudiada, comete adulterio” (Mt 5, 31-32).
Cierta vez que alguien, que no era discípulo suyo, le ruega a Jesús que haga de árbitro en la división de una herencia, se niega. El tipo de fraternidad que une a esos dos hombres, no es la fraternidad del nosotros divino humano, que tiene a Jesús como Maestro y Juez:
“Uno de la gente le dijo: “Maestro, dí a mi hermano que reparta la herencia conmigo”. Él le respondió: ¡Hombre! ¿Quién me ha constituido juez o repartidor entre vosotros? Y les dijo: “Mirad, guardaos de toda codicia, porque, aún en la abundancia, la vida de uno no está asegurada por sus bienes” (Lucas 12,13-14)
Y pasa a continuación a ilustrar esta máxima de sabiduría con la parábola del hombre rico que se murió una noche planeando en ampliar sus graneros. Al final de la parábola Jesús reafirma la enseñanza anterior:
“Así es el que atesora riquezas para sí y no es rico para Dios” (Lucas 12, 21)
Un hombre que acumula riquezas para sí, sin pensar lo que es grato a Dios, y lo que Dios aprecia, y sin atesorar esos bienes gratos a Dios, se muere, como el rico de la parábola, soñando en sus graneros, y se acabó todo. ¿Podría perdonar, un hombre así, deudas o ofensas? Si no tiene en cuenta a un Dios que funda la gratuidad, no tendría motivo ninguno para hacerlo.

Niveles: práctica, conciencia y corazón
Esto nos lleva a reflexionar sobre un hecho. El modo de obrar se funda en convicciones y las convicciones en un modo de ser que se expresa en el actuar.
Es lo que dice Pablo de Jesús. Primero invita a tener las mismas convicciones, el mismo modo de pensar y sentir que Cristo Jesús, y después pasa a describir lo que Jesús hizo. Sus sentimientos se manifestaron en obras.
“Colmad mi alegría siendo todos de un mismo sentir, con un mismo amor, un mismo espíritu, unos mismos sentimientos [...] Tened entre vosotros los mismos sentimientos que tuvo Cristo. El cual, siendo de condición divina no retuvo ávidamente el ser igual a Dios, sino que se despojó de sí mismo. tomando condición de siervo” (Filipenses 2, 2.5-6).
Para que pueda instalarse en una comunidad fraterna una auténtica y agraciada práctica, una verdadera y auténtica cultura de la corrección fraterna, el perdón y la reconciliación, es necesario que se instale una práctica, un estilo, un modo de obrar que brote de una conciencia primariamente filial y derivadamente fraterna. Y esa conciencia sólo puede consolidarse naciendo de un corazón filial, manso y humilde como el de Cristo. A ser Hijo de Dios sólo se puede llegar de una manera, siendo engendrado, dejándose engendrar y deseando serlo.
Por eso, quizás el Sermón del Monte termina con la curación de un leproso:
“Cuando bajó del Monte le fue siguiendo una gran muchedumbre. En esto, un leproso se le acerca y se postra ante él, diciendo: “Señor, si quieres puedes purificarme”. Él extendió la mano, lo tocó y dijo: “Quiero. Queda purificado”. Y al instante quedó puro de la lepra. Dícele entonces Jesús: “Mira, no se lo digas a nadie, sino vete, muéstrate al sacerdote y presenta la ofrenda que prescribió Moisés para que les sirva de testimonio” (Mt 8, 1-4).
La terribilidad de la lepra y la causa por la que hacía impuro consistía en que destruía en el hombre la semejanza y la imagen humana impresa por creación. Borraba la imagen de Dios en el hombre y lo desasemejaba a su Creador. La condición humana se compara bien con el mal de lepra, porque, por el pecado original, y por multitud de pecados actuales y de hábitos y vicios, hemos perdido la imagen y semejanza de los hijos con el Padre . Hemos perdido la semejanza de hijos con Padre. Sólo un milagro medicinal emanado del poder de Cristo, puede devolvernos la imagen. En nosotros está el oscuro deseo de alcanzar esa divina semejanza y esa condición filial y fraterna, a la que pertenece y de la que emana, como naturalmente, el impulso de corregir por caridad y con caridad, la capacidad de perdonar por caridad y con caridad, la fuerza para pedir perdón con humildad por caridad y en caridad.
En Jesús está la voluntad de devolvernos la imagen y semejanza: “Quiero, queda limpio”. Y la nueva justicia de los hijos de Dios ha de servir de testimonio de que él no ha venido a abolir la ley sino a darle su cumplimiento: introducirnos en la vida y justicia de los hijos, hermanos entre sí y con Jesús.
FUENTE :
www.horaciobojorge.org/
ENVIÓ : PATRICIO GALLARDO V.

jueves, 24 de abril de 2008

SAN FRANCISCO DE ASÍS - FRASES PARA MEDITAR.

San Francisco de Asís
Frases y pensamientos franciscanos para meditar.

De sus Escritos
Amad a vuestros enemigos y haced el bien a los que os odian', pues nuestro Señor Jesucristo, cuyas huellas debemos seguir, llamó amigo al que lo entregaba y se ofreció espontáneamente a los que lo crucificaron (S.Francisco, 1Reg 22).

Y te damos gracias porque... quisiste que Él, verdadero Dios y verdadero hombre naciera de la gloriosa siempre Virgen Santa María, y quisiste que nosotros, cautivos, fuéramos redimidos por su cruz, y sangre, y muerte (S.Francisco, 1Reg 23).

Y yo oraba y decía así sencillamente: 'Te adoramos, Señor Jesucristo, también en todas tus iglesias que hay en el mundo entero y te bendecimos, porque por tu santa cruz redimiste al mundo' (S.Francisco, Testamento).

En esto es en lo que podemos gloriarnos: en nuestras flaquezas y en llevar a cuestas cada día la santa cruz de nuestro Señor Jesucristo (S.Francisco, Adm.5)",
Y la voluntad de su Padre fue que... se ofreciera a sí mismo como sacrificio y hostia, por medio de su propia sangre, en el altar de la cruz; no para sí mismo..., sino por nuestros pecados, dejándonos ejemplo para que sigamos sus huellas (S.Francisco, a todos los fieles).

El buen Pastor, por salvar a sus ovejas, soportó la pasión de la cruz. Y sus ovejas lo siguieron en la tribulación y la persecución, en el sonrojo y el hambre, en la debilidad y la tentación, y en todo lo demás; por eso recibieron del Señor la vida sempiterna. (S.Francisco, Adm.6).

Si el sepulcro donde yació algún tiempo es venerado, ¡Oh, qué santo, justo y digno debe ser quien toca con las manos, toma con la boca y el corazón y da a otros... al que ha de vivir eternamente...! (S.Francisco, Carta a la Orden).

De las Biografías
"Consideremos, queridos hermanos, nuestra vocación, a la cual nos ha llamado el Señor por su misericordia, no tanto para nuestra salvación, cuanto por la salvación de muchos otros, a fin de que vayamos por el mundo exhortando a los hombres más con el ejemplo que con las palabras, para moverlos a hacer penitencia de sus pecados y para que recuerden los mandamientos de Dios". (Tres Compañeros, 36)

Cuando Francisco, por la enfermedad, se veía precisado de mitigar el primitivo rigor, solía decir: 'Comencemos, hermanos, a servir al Señor Dios, pues escaso es, o poco, lo que hasta ahora hemos adelantado'. No pensaba aún haber llegado a la meta..." (Vida I, 103).

Si quieres conocer mi voluntad, es preciso que todo lo que has amado y deseado tener como hombre carnal lo desprecies y aborrezcas. Y luego que empiezes a probarlo, lo que hasta ahora te parecía suave y delicioso se te volverá insoportable y amargo; y en lo que antes te horrorizaba sentirás una gran dulzura y suavidad inmensa"
(Estas palabras del Señor a Francisco y el abrazo al leproso al día siguiente marcaron el comienzo de su conversión).
ENVIÓ : PATRICIO GALLARDO V.

BIENAVENTURANZAS MODERNAS.

Bienaventuranzas modernas

Felices los que saben reírse de sí mismos, porque nunca acabará su diversión.
Felices los que no confunden un grano de arena con una montaña, porque evitarán muchas preocupaciones.
Felices los que no se toman muy en serio a sí mismos, porque serán más valorados y estimados por los demás.
Felices los que sí toman en serio las cosas pequeñas, los detalles, porque llegaran a ser tenidos por muy grandes.
Felices los que afrontan con calma las cosas grandes de cada día, porque llegarán muy lejos en sus aspiraciones.
Felices los que saben apreciar una sonrisa y olvidan un mal gesto, porque saben ver la vertiente alegre de la vida.
Felices los que hablan con Dios antes de actuar con los hombres, porque sus aciertos serán mayores.
Felices si sabéis ser mansos y reprimir la lengua cuando os contradigan y os insulten, porque el estilo de Jesús está en vosotros.
Felices los que necesitan de los demás, porque es señal de que no confían tanto en sí mismos.
Felices los que se sacrifican por los demás, porque sabrán privarse de muchas cosas para ellos.
Felices los que se compadecen de los demás, porque sus corazones están llenos de amor y ternura.Felices los que saben ver en todo al Señor, porque la verdad está con vosotros, y poseéis la auténtica sabiduría.
( Mauricio Martín del Blanco, OCD ).
FUENTE : wwwdelamanodeteresadejesus.blogspot.com/
ENVIÓ : PATRICIO GALLARDO V.

miércoles, 23 de abril de 2008

AMO, SEÑOR, TUS SENDAS.

Amo Señor tus sendas.Amo Señor tu sendas, y me es suave la carga
Que en mis hombros pusiste;
Pero a veces encuentro que la jornada es larga,
Que el cielo ante mis ojos de tinieblas se viste,
Que el agua del camino es amarga, es amarga,
Que se enfría este ardiente corazón que me diste;
Y una sombría y honda desolación me embarga,
Y siento el alma triste y hasta la muerte triste...
El espíritu es débil y la carne cobarde,
Lo mismo que el cansado labriego, por la tarde,De la dura fatiga quisiera reposar...
Más entonces me miras... y se llena de estrellas,Señor, la oscura noche;
y detrás de tus huellas,Con la cruz que llevaste, me es dulce caminar
( Blanco Vega ).
ENVIÓ : PATRICIO GALLARDO V.

JORNADA DE ORACIÓN POR LA SANTIFICACIÓN DE LOS SACERDOTES.

Carta de la Santa Sede - Jornada de oración por la santificación de los sacerdotes .
Reverendos y queridos hermanos en el sacerdocio:
En la fiesta del Sacratísimo Corazón de Jesús, con una mirada incesante de amor, fijamos los ojos de nuestra mente y de nuestro corazón en Cristo, único Salvador de nuestra vida y del mundo. Remitirnos a Cristo significa remitirnos a aquel Rostro que todo hombre, consciente o inconscientemente, busca como única respuesta adecuada a su insuprimible sed de felicidad.
Nosotros ya encontramos este Rostro y, en aquel día, en aquel instante, su amor hirió de tal manera nuestro corazón, que no pudimos menos de pedir estar incesantemente en su presencia. «Por la mañana escucharás mi voz, por la mañana te expongo mi causa y me quedo aguardando» (Salmo 5).
La sagrada liturgia nos lleva a contemplar una vez más el misterio de la encarnación del Verbo, origen y realidad íntima de esta compañía que es la Iglesia: el Dios de Abraham, de Isaac y de Jacob se revela en Jesucristo. «Nadie habría podido ver su gloria si antes no hubiera sido curado por la humildad de la carne. Quedaste cegado por el polvo, y con el polvo has sido curado: la carne te había cegado, la carne te cura» (San Agustín, Comentario al Evangelio de san Juan, Homilía 2, 16).
Sólo contemplando de nuevo la perfecta y fascinante humanidad de Jesucristo, vivo y operante ahora, que se nos ha revelado y que sigue inclinándose sobre cada uno con el amor de total predilección que le es propio, se puede dejar que él ilumine y colme ese abismo de necesidad que es nuestra humanidad, con la certeza de la esperanza encontrada, y con la seguridad de la Misericordia que abarca nuestros límites, enseñándonos a perdonar lo que de nosotros mismos ni siquiera lográbamos descubrir. «Una sima grita a otra sima con voz de cascadas» (Salmo 41).
Con ocasión de la tradicional Jornada de oración por la santificación de los sacerdotes, que se celebra en la fiesta del Sacratísimo Corazón de Jesús, quiero recordar la prioridad de la oración con respecto a la acción, en cuanto que de ella depende la eficacia del obrar. De la relación personal de cada uno con el Señor Jesús depende en gran medida la misión de la Iglesia. Por tanto, la misión debe alimentarse con la oración: «Ha llegado el momento de reafirmar la importancia de la oración ante el activismo y el secularismo» (Benedicto XVI, Deus caritas est, 37). No nos cansemos de acudir a su Misericordia, de dejarle mirar y curar las llagas dolorosas de nuestro pecado para asombrarnos ante el milagro renovado de nuestra humanidad redimida.
Queridos hermanos en el sacerdocio, somos los expertos de la Misericordia de Dios en nosotros y, sólo así, sus instrumentos al abrazar, de modo siempre nuevo, la humanidad herida. «Cristo no nos salva de nuestra humanidad, sino a través de ella; no nos salva del mundo, sino que ha venido al mundo para que el mundo se salve por medio de él (cf. Jn 3, 17)» (Benedicto XVI, Mensaje «urbi et orbi», 25 de diciembre de 2006: L'Osservatore Romano, edición en lengua española, 29 de diciembre de 2006, p. 20). Somos, por último, presbíteros por el sacramento del Orden, el acto más elevado de la Misericordia de Dios y a la vez de su predilección.
En segundo lugar, en la insuprimible y profunda sed de él, la dimensión más auténtica de nuestro sacerdocio es la mendicidad: la petición sencilla y continua; se aprende en la oración silenciosa, que siempre ha caracterizado la vida de los santos; hay que pedirla con insistencia. Esta conciencia de la relación con él se ve sometida diariamente a la purificación de la prueba. Cada día caemos de nuevo en la cuenta de que este drama también nos afecta a nosotros, ministros que actuamos in persona Christi capitis. No podemos vivir un solo instante en su presencia sin el dulce anhelo de reconocerlo, conocerlo y adherirnos más a él. No cedamos a la tentación de mirar nuestro ser sacerdotes como una carga inevitable e indelegable, ya asumida, que se puede cumplir «mecánicamente», tal vez con un programa pastoral articulado y coherente. El sacerdocio es la vocación, el camino, el modo a través del cual Cristo nos salva, con el que nos ha llamado, y nos sigue llamando ahora, a vivir con él.
La única medida adecuada, ante nuestra santa vocación, es la radicalidad. Esta entrega total, con plena conciencia de nuestra infidelidad, sólo puede llevarse a cabo como una decisión renovada y orante que luego Cristo realiza día tras día. Incluso el don del celibato sacerdotal se ha de acoger y vivir en esta dimensión de radicalidad y de plena configuración con Cristo. Cualquier otra postura, con respecto a la realidad de la relación con él, corre el peligro de ser ideológica.
Incluso la cantidad de trabajo, a veces enorme, que las actuales condiciones del ministerio nos exigen llevar a cabo, lejos de desalentarnos, debe impulsarnos a cuidar con mayor atención aún nuestra identidad sacerdotal, la cual tiene una raíz ciertamente divina. En este sentido, con una lógica opuesta a la del mundo, precisamente las condiciones peculiares del ministerio nos deben impulsar a «elevar el tono» de nuestra vida espiritual, testimoniando con mayor convicción y eficacia nuestra pertenencia exclusiva al Señor.
Él, que nos ha amado primero, nos ha educado para la entrega total. «Salí al encuentro de quien me buscaba. Dije: "Heme aquí" a quien invocaba mi nombre». El lugar de la totalidad por excelencia es la Eucaristía, pues «en la Eucaristía Jesús no da "algo", sino a sí mismo; ofrece su cuerpo y derrama su sangre. Entrega así toda su vida, manifestando la fuente originaria de este amor divino» (Sacramentum caritatis, 7).
Queridos hermanos, seamos fieles a la celebración diaria de la santísima Eucaristía, no sólo para cumplir un compromiso pastoral o una exigencia de la comunidad que nos ha sido encomendada, sino por la absoluta necesidad personal que sentimos, como la respiración, como la luz para nuestra vida, como la única razón adecuada a una existencia presbiteral plena.
El Santo Padre, en la exhortación apostólica postsinodal Sacramentum caritatis (n. 66) nos vuelve a proponer con fuerza la afirmación de san Agustín: «Nadie come de esta carne sin antes adorarla (...), pecaríamos si no la adoráramos» (Enarrationes in Psalmos 98, 9). No podemos vivir, no podemos conocer la verdad sobre nosotros mismos, sin dejarnos contemplar y engendrar por Cristo en la adoración eucarística diaria, y el «Stabat» de María, «Mujer eucarística», bajo la cruz de su Hijo, es el ejemplo más significativo que se nos ha dado de la contemplación y de la adoración del Sacrificio divino.
Como la dimensión misionera es intrínseca a la naturaleza misma de la Iglesia, del mismo modo nuestra misión está ínsita en la identidad sacerdotal, por lo cual la urgencia misionera es una cuestión de conciencia de nosotros mismos. Nuestra identidad sacerdotal está edificada y se renueva día a día en la «conversación» con nuestro Señor. La relación con él, siempre alimentada en la oración continua, tiene como consecuencia inmediata la necesidad de hacer partícipes de ella a quienes nos rodean. En efecto, la santidad que pedimos a diario no se puede concebir según una estéril y abstracta acepción individualista, sino que, necesariamente, es la santidad de Cristo, la cual es contagiosa para todos: «Estar en comunión con Jesucristo nos hace participar en su ser "para todos", hace que este sea nuestro modo de ser» (Benedicto XVI, Spe salvi, 28).
Este «ser para todos» de Cristo se realiza, para nosotros, en los tria munera de los que somos revestidos por la naturaleza misma del sacerdocio. Esos tria munera, que constituyen la totalidad de nuestro ministerio, no son el lugar de la alienación o, peor aún, de un mero reduccionismo funcionalista de nuestra persona, sino la expresión más auténtica de nuestro ser de Cristo; son el lugar de la relación con él. El pueblo que nos ha sido encomendado para que lo eduquemos, santifiquemos y gobernemos, no es una realidad que nos distrae de «nuestra vida», sino que es el rostro de Cristo que contemplamos diariamente, como para el esposo es el rostro de su amada, como para Cristo es la Iglesia, su esposa. El pueblo que nos ha sido encomendado es el camino imprescindible para nuestra santidad, es decir, el camino en el que Cristo manifiesta la gloria del Padre a través de nosotros.
«Si a quien escandaliza a uno solo y al más pequeño conviene que se le cuelgue al cuello una piedra de molino y sea arrojado al mar (...), ¿qué deberán sufrir y recibir como castigo los que mandan a la perdición (...) a un pueblo entero?» (San Juan Crisóstomo, De sacerdotio VI, 1.498). Ante la conciencia de una tarea tan grave y una responsabilidad tan grande para nuestra vida y salvación, en la que la fidelidad a Cristo coincide con la «obediencia» a las exigencias dictadas por la redención de aquellas almas, no queda espacio ni siquiera para dudar de la gracia recibida. Sólo podemos pedir que se nos conceda ceder lo más posible a su amor, para que él actúe a través de nosotros, pues o dejamos que Cristo salve el mundo, actuando en nosotros, o corremos el riesgo de traicionar la naturaleza misma de nuestra vocación. La medida de la entrega, queridos hermanos en el sacerdocio, sigue siendo la totalidad. «Cinco panes y dos peces» no son mucho; sí, pero son todo. La gracia de Dios convierte nuestra poquedad en la Comunión que sacia al pueblo. De esta «entrega total» participan de modo especial los sacerdotes ancianos o enfermos, los cuales, diariamente, desempeñan el ministerio divino uniéndose a la pasión de Cristo y ofreciendo su existencia presbiteral por el verdadero bien de la Iglesia y la salvación de las almas.
Por último, el fundamento imprescindible de toda la vida sacerdotal sigue siendo la santa Madre de Dios. La relación con ella no puede reducirse a una piadosa práctica de devoción, sino que debe alimentarse con un continuo abandono de toda nuestra vida, de todo nuestro ministerio, en los brazos de la siempre Virgen. También a nosotros María santísima nos lleva de nuevo, como hizo con san Juan bajo la cruz de su Hijo y Señor nuestro, a contemplar con ella el Amor infinito de Dios: «Ha bajado hasta aquí nuestra Vida, la verdadera Vida; ha cargado con nuestra muerte para matarla con la sobreabundancia de su Vida» (San Agustín, Confesiones IV, 12).
Dios Padre escogió como condición para nuestra redención, para el cumplimiento de nuestra humanidad, para el acontecimiento de la encarnación del Hijo, la espera del «fiat» de una Virgen ante el anuncio del ángel. Cristo decidió confiar, por decirlo así, su vida a la libertad amorosa de su Madre: «Concibiendo a Cristo, engendrándolo, alimentándolo, presentándolo al Padre en el templo, sufriendo con su Hijo que moría en la cruz, colaboró de manera totalmente singular a la obra del Salvador por su obediencia, su fe, su esperanza y su amor ardiente, para restablecer la vida sobrenatural de los hombres. Por esta razón es nuestra madre en el orden de la gracia» (Lumen gentium, 61).
El Papa san Pío X afirmó: «Toda vocación sacerdotal viene del corazón de Dios, pero pasa por el corazón de una madre». Eso es verdad con respecto a la evidente maternidad biológica, pero también con respecto al «alumbramiento» de toda fidelidad a la vocación de Cristo. No podemos prescindir de una maternidad espiritual para nuestra vida sacerdotal: encomendémonos con confianza a la oración de toda la santa madre Iglesia, a la maternidad del pueblo, del que somos pastores, pero al que está encomendada también nuestra custodia y santidad; pidamos este apoyo fundamental.
Se plantea, queridos hermanos en el sacerdocio, la urgencia de «un movimiento de oración, que ponga en el centro la adoración eucarística continuada, durante las veinticuatro horas, de modo tal que, de cada rincón de la tierra, se eleve a Dios incesantemente una oración de adoración, agradecimiento, alabanza, petición y reparación, con el objetivo principal de suscitar un número suficiente de santas vocaciones al estado sacerdotal y, al mismo tiempo, acompañar espiritualmente -al nivel de Cuerpo místico- con una especie de maternidad espiritual, a quienes ya han sido llamados al sacerdocio ministerial y están ontológicamente conformados con el único sumo y eterno Sacerdote, para que le sirvan cada vez mejor a él y a los hermanos, como los que, a la vez, están "en" la Iglesia pero también, "ante" la Iglesia (cf. Juan Pablo II, Pastores dabo vobis, 16), haciendo las veces de Cristo y, representándolo, como cabeza, pastor y esposo de la Iglesia» (Carta de la Congregación para el clero, 8 de diciembre de 2007).
Se delinea, últimamente, una nueva forma de maternidad espiritual, que en la historia de la Iglesia siempre ha acompañado silenciosamente el elegido linaje sacerdotal: se trata de la consagración de nuestro ministerio a un rostro determinado, a un alma consagrada, que esté llamada por Cristo y, por tanto, que elija ofrecerse a sí misma, sus sufrimientos necesarios y sus inevitables pruebas de la vida, para interceder en favor de nuestra existencia sacerdotal, viviendo de este modo en la dulce presencia de Cristo.
Esta maternidad, en la que se encarna el rostro amoroso de María, es preciso pedirla en la oración, pues sólo Dios puede suscitarla y sostenerla. No faltan ejemplos admirables en este sentido. Basta pensar en las benéficas lágrimas de santa Mónica por su hijo Agustín, por el cual lloró «más de lo que lloran las madres por la muerte física de sus hijos» (San Agustín, Confesiones III, 11). Otro ejemplo fascinante es el de Eliza Vaughan, la cual dio a luz y encomendó al Señor trece hijos; seis de sus ocho hijos varones se hicieron sacerdotes; y cuatro de sus cinco hijas fueron religiosas. Dado que no es posible ser verdaderamente mendicantes ante Cristo, admirablemente oculto en el misterio eucarístico, sin saber pedir concretamente la ayuda efectiva y la oración de quien él nos pone al lado, no tengamos miedo de encomendarnos a las maternidades que, ciertamente, suscita para nosotros el Espíritu.
Santa Teresa del Niño Jesús, consciente de la necesidad extrema de oración por todos los sacerdotes, sobre todo por los tibios, escribe en una carta dirigida a su hermana Celina: «Vivamos por las almas, seamos apóstoles, salvemos sobre todo las almas de los sacerdotes (...). Oremos, suframos por ellos, y, en el último día, Jesús nos lo agradecerá» (Carta 94).
Encomendémonos a la intercesión de la Virgen Santísima, Reina de los Apóstoles, Madre dulcísima. Contemplemos, con ella, a Cristo en la continua tensión a ser total y radicalmente suyos. Esta es nuestra identidad.
Recordemos las palabras del santo cura de Ars, patrono de los párrocos: «Si yo tuviera ya un pie en el cielo y me vinieran a decir que volviera a la tierra para trabajar por la conversión de los pecadores, volvería de buen grado. Y si para ello fuera necesario que permaneciera en la tierra hasta el fin del mundo, levantándome siempre a medianoche, y sufriera como sufro, lo haría de todo corazón» (Frère Athanase, Procès de l'Ordinaire, p. 883).
El Señor guíe y proteja a todos y cada uno, de modo especial a los enfermos y a los que sufren, en el constante ofrecimiento de nuestra vida por amor.
Cardenal Cláudio Hummes, o.f.m.
Prefecto


Mons. Mauro Piacenza
Arzobispo tit. de Vittoriana
Secretario
Oración de los sacerdotes

Oración del sacerdote
Señor, Tu me has llamado al ministerio sacerdotal
en un momento concreto de la historia en el que,
como en los primeros tiempos apostólicos,
quieres que todos los cristianos,
y en modo especial los sacerdotes,
seamos testigos de las maravillas de Dios
y de la fuerza de tu Espíritu.
Haz que también yo sea testigo de la dignidad de la vida humana,
de la grandeza del amor
y del poder del ministerio recibido:
Todo ello con mi peculiar estilo de vida entregada a Ti
por amor, sólo por amor y por un amor más grande.
Haz que mi vida celibataria
sea la afirmación de un sí, gozoso y alegre,
que nace de la entrega a Ti
y de la dedicación total a los demás
al servicio de tu Iglesia.
Dame fuerza en mis flaquezas
y también agradecer mis victorias.
Madre, que dijiste el sí más grande y maravilloso
de todos los tiempos,
que yo sepa convertir mi vida de cada día
en fuente de generosidad y entrega,
y junto a Ti,
a los pies de las grandes cruces del mundo,
me asocie al dolor redentor de la muerte de tu Hijo
para gozar con El del triunfo de la resurrección
para la vida eterna. Amen

Oración que los sacerdotes pueden rezar cada día
Dios omnipotente, que Tu gracia nos ayude para que nosotros, que hemos recibido el ministerio sacerdotal, podamos servirte de modo digno y devoto, con toda pureza y buena conciencia. Y si no logramos vivir la vida con mucha inocencia, concédenos en todo caso de llorar dignamente el mal que hemos cometido, y de servirte fervorosamente en todo con espíritu de humildad y con el propósito de buena voluntad. Por Cristo, nuestro Señor. Amén.
Invocación
¡Oh buen Jesús!, haz que yo sea sacerdote según Tu corazón.
Oración a Jesucristo
Jesús justísimo, tú que con singular benevolencia me has llamado, entre millares de hombres, a tu secuela y a la excelente dignidad sacerdotal, concédeme, te pido, tu fuerza divina para que pueda cumplir en el modo justo mi ministerio. Te suplico, Señor Jesús de hacer revivir en mí, hoy y siempre, tu gracia, que me ha sido dada por la imposición de las manos del obispo. Oh médico potentísimo de las almas, cúrame de manera tal que no caiga nuevamente en los vicios y escape de cada pecado y pueda complacerte hasta mi muerte. Amén.
Oración para suplicar la gracia de custodiar la castidad
Señor Jesucristo, esposo de mi alma, delicia de mi corazón, más bien corazón mío y alma mía, frente a ti me postro de rodillas, rogándote y suplicándote con todo mi fervor de concederme preservar la fe que me has dado de manera solemne. Por ello, Jesús dulcísimo, que yo rechace cada impiedad, que sea siempre extraño a los deseos carnales y a las concupiscencias terrenas, que combaten contra el alma y que, con tu ayuda, conserve íntegra la castidad.
¡Oh santísima e inmaculada Virgen María!, Virgen de las vírgenes y Madre nuestra amantísima, purifica cada día mi corazón y mi alma, pide por mí el temor del Señor y una particular desconfianza en mis propias fuerzas.
San José, custodio de la virginidad de María, custodia mi alma de cada pecado.
Todas ustedes Vírgenes santas, que siguen por doquier al Cordero divino, sean siempre premurosas con respecto a mí pecador para que no peque en pensamientos, palabras u obras y nunca me aleje del castísimo corazón de Jesús. Amén


Oración por los sacerdotes
Señor Jesús, presente en el Santísimo Sacramento,
que quisiste perpetuarte entre nosotros
por medio de tus Sacerdotes,
haz que sus palabras sean sólo las tuyas,
que sus gestos sean los tuyos,
que su vida sea fiel reflejo de la tuya.
Que ellos sean los hombres que hablen a Dios de los hombres
y hablen a los hombres de Dios.
Que non tengan miedo al servicio,
sirviendo a la Iglesia como Ella quiere ser servida.
Que sean hombres, testigos del eterno en nuestro tiempo,
caminando por las sendas de la historia con tu mismo paso
y haciendo el bien a todos.
Que sean fieles a sus compromisos,
celosos de su vocación y de su entrega,
claros espejos de la propia identidad
y que vivan con la alegría del don recibido.
Te lo pido por tu Madre Santa María:
Ella que estuvo presente en tu vida
estará siempre presente en la vida de tus sacerdotes. Amén

[Traducción distribuida por la Congregación para el Clero]
ENVIÓ : PATRICIO GALLARDO V.